¿Cuántos genios hacen
falta para encender una lámpara? No, no es ningún acertijo
pero sí una posible pregunta en el partido que enfrentaba a Portugal y Suecia.
El premio era el billete para el próximo Mundial, los primeros contaban con Cristiano
Ronaldo, los nórdicos tenían a Zlatan Ibrahimovic. El fútbol es un deporte
colectivo, se juega en equipo, pero a veces los genios se aburren entre el
mundo normal y deciden desviarse del camino, tomar sus propias decisiones,
vivir la aventura ellos solos.
A estos dos genios,
como suele ocurrir en estos casos, siempre les han acompañado esa sombra de
individualistas que les impedían llegar al potencial de los más grandes. El
caso del portugués es el más claro, podía jugar para él, buscando el truco que
provoque el aplauso, pidiendo todos los balones para finalizar la jugada e
incluso le podía salir bien pero daba la sensación de que no era lo mejor para
el equipo. El crack sueco, un incomprendido, también disfrutaba con el balón y
las virguerías. Positivo o no, lo cierto es que es divertido ver como ambos disfrutan
con el balón mientras sus compañeros están demasiado serios, concentrados en
cada jugada como si el fútbol fuera matemático.
Pero lo que manda es el
colectivo y así, Cristiano e Ibra, fueron madurando y controlando ese carácter
rebelde e inconformista que les llevaba a ir en contra del sistema que marcaba
que el fútbol es A y B. Ellos se saltaban la hoja de ruta y jugaban sin táctica
hasta que la libertad se fue limitando. El caso de Zlatan ha sido muy claro,
sobre todo en su nueva etapa en el PSG donde es el líder del proyecto parisino.
El delantero se descuelga de la posición del ¨9¨ y busca participar en la
jugada, crear el espacio y proponer juego para sus compañeros aunque eso
suponga que el gol lo meta otro. Ronaldo también ha dado un paso hacia delante
en su formación, ya no es ese aspirante a regateador que se enfadaba si no
tiraba un penalti o que no celebraba los goles si no eran suyos. A los genios
se les ha ido una pizca de locura para beneficiar al colectivo.
Y los dos genios se
encontraron en la repesca, el derrotado se quedaba sin Mundial. Desde ese punto
de vista sólo podía perder el fútbol pero el destino a veces jugaba malas
pasadas. Ronaldo dejó su firma en Da Luz y en la vuelta, en el territorio de
Ibrahimovic, ambos delanteros se echaron su nación a la espalda. El luso volvió
a abrir la lata pero el sueco, primero de cabeza y después de tiro libre, puso
el partido al rojo vivo. El estadio enmudeció para ver el desenlace, en 15 minutos
una estrella se quedaría sin ir a Brasil el próximo verano. Y entonces, cuando
la cabeza te dice que te quedes atrás y aguantes el resultado, surge Cristiano
Ronaldo y hace dos goles. En ese instante, con el estadio mudo, Ronaldo volvió
a dejar atrás la lógica matemática del fútbol y se puso a correr a por el
balón. Parecía que jugaba sólo, volvía a ser ese mago que busca impresionar con
cada detalle, aportando espectáculo mientras sus compañeros, serios por la
tensión, siguen atrapados en el sistema preciso que es el fútbol. Ya ha pasado,
Cristiano está celebrando su tercer gol y el pase de Portugal a la Copa del
Mundo de Brasil. Un instante de locura y se hizo la luz.
Pablo Hoz
@pablohozv
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